miércoles, 28 de septiembre de 2011

Déjalo estar.

Cuando estaba en octavo tuvimos que leer Romeo y Julieta en clase, luego, para subir nota, la profesora nos hizo actuar cada escena. El chico más popular era Romeo y ¿cómo no? El destino decidió que yo fuese Julieta. El resto de las chicas de clase me tenían celos pero, yo me sentía diferente. Le dije a la profesora que Julieta era idiota. Para empezar, se enamora del único tío que sabe que no podrá alcanzar y luego culpa al destino por su propia mala elección; la profesora me explicó que cuando aparece el amor, hay veces que el elegir, simplemente desaparece por la ventana. A los 13 años, yo lo tenía muy claro: el amor, como la vida, se basa en tomar decisiones y el destino no tenía nada que ver en ello. Todo el mundo cree que es tan romántico... Romeo y Julieta, amor verdadero... Que triste. Si Julieta era lo suficientemente tonta como para enamorarse del enemigo, beberse una botella de veneno y dormirse en un panteón, se merecía lo que le ocurriera. Igual Romeo y Julieta estaban destinados a estar juntos, pero solo durante un tiempo y ya pasó. Si hubiesen sabido eso de antemano quizá todo habría ido bien. Le dije a la profesora que, cuando creciera, tomaría el destino con mis propias manos y no dejaría que un tío me deprimiera. Mi profesora me contestó que tendría suerte si alguna vez sintiera ese tipo de pasión con alguien, y que si así era, estaríamos juntos para siempre. Todavía creo que, la mayoría del tiempo, el amor sí funciona con elecciones. Se trata de dejar el veneno en la botella y crear tu propio final feliz, la mayoría de las veces. Pero, a veces, incluso con las mejores elecciones y las mejores intenciones, el destino sigue ganando.

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