El día humedece la tarde con el perfume de otros días. Nada tiene más memoria que el olfato. Y hay perfumes que taladran el pecho como el primer cigarro, como el aire helado de la madrugada.
La ausencia está en todo: en los libros de la mesilla, en las toallas, en la ropa tendida, en la carta dormida en buzón. Durante un instante te quedas colgado mirando un rincón en la pared en el que las arañas tejieron su red, o te quedas hipnotizado mirando un televisor que parpadea con luz estroboscópica: nada que ver, nada que hacer. Agarras el teléfono y dejas un mensaje en un contestador. Una bengala iluminando un océano oscuro, un mensaje de auxilio. "Hola soy yo." Tres pulsos cortos. "Ha amanecido tarde este día." Tres pulsos largos. "Bueno, si tienes frío o tiempo me llamas..." Tres pulsos cortos. Cuelgas.
Acuérdate de vivir, y no llores, anda, que ya eres mayor.
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